El encuentro interpersonal nos realiza como personas: nos guía por el sendero justo, nos da impulso, nos llena de alegria, nos lleva a la meta de nuestra experiencia.
Yo iba por caminos pérfidos,
dolorosamente vacilante.
Tus queridas manos me guiaron.
Tan pálida en el lejano horizonte
lucía una débil esperanza de aurora,
tu mirada fue la mañana.
Ningún ruido si no su paso sonoro
alentaba al viajero.
Tu voz me dijo: Continúa!
Mi corazón cobarde, mi sombrío corazón
lloraba, solo, en su triste ruta;
el amor, vencedor delicioso,
nos reunió en la alegría.
Paul Verlainer, La buena canción, XX,en Romanzas sin palabras.(Cátedra, Madrid, 1991, p.119)
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